He crecido rodeada de agendas. Han sido el negocio de mi padre desde siempre. Un día, tenía 7 u 8 años, entré en su despacho y vi una agenda precioooosa de Barbie: rosa, con Barbie en la portada, dibujos por dentro… tan bonita…
Me puse supercontenta porque pensaba que me la había comprado a mí, fui a cogerla, y me dijo que no, que era para él.
What?
La había comprado como inspiración, por ver diferentes modelos de una agenda diferente, dirigida a niñas. Ahora que soy mayor y me dedico a lo mismo, lo entiendo, porque yo también busco inspiración, ideas, quemo Pinterest y las imágenes de Google. La diferencia es que antes no había internet, y te la jugabas a que tu hija te pillara la agenda de Barbie y te la liara.
Y, efectivamente, pasó. Lo recuerdo como una de mis mayores rabietas.
Mientras estaba escribiendo esto, pensando en si aún la tendría, le he llamado y se lo he preguntado. Ni se acordaba de la historia ni de la agenda de Barbie, claro, pero ha mirado y ¡ahí estaba! He salido disparada a por ella. No os imagináis lo feliz que me ha hecho que la tuviera. Y lo que nos hemos reído mientras le contaba la historia y le regañaba.
Igual fue ahí cuando decidí aprender a hacer agendas, para hacerme las mías a mi gusto. O las vuestras
Ahora, tengo que esconderla de mi hija, no se vaya a repetir la historia y, dentro de 30 años, me recuerde la agenda de la Barbie…